“Mamááááá, ¡Jaimito me ha quitado el granjero de Playmobil!”. La madre recoge con delicadeza el granjero que Jaimito acaba de dejar en el suelo y se lo devuelve a su hijo mayor. “Carla, sabes que no se tiene que pegar a nadie. Vas a ir ahora mismo a pedir perdón a Alicia y que sepas que hoy te has quedado sin postre”. Carla mira a su padre enfadada pero obedece, consciente de que si no lo hace la cosa puede ponerse muy muy fea.
No voy a elogiar a la Justicia Internacional. De hecho, no voy a elogiar ni a la Justicia que aparece en los libros o documentos oficiales ni a la que ejercen señores/as con toga y mazo de madera. No voy a alabar a la Justicia con mayúscula porque no es ni de lejos una justicia con mayúsculas. A los justicieros creyentes de corazón, mis más sinceras disculpas.
Las desgracias ocurren cuando olvidamos quiénes somos y qué hemos venido a hacer aquí. Al parecer, el olvido aumenta conforme uno va escalando centímetros en no sé qué pirámide del éxito y si ya alcanzamos la cima… ¿principios?, ¿yo?, ¿desde cuándo? “Evolución” del Ser Humano.
La mayoría de las altas esferas tienen dos problemas. El primero de ellos, debido a la altura: la falta de oxígeno que impide el correcto funcionamiento de nuestro cerebro. El segundo problema y que, obviamente, también afecta al entendimiento humano (es la única manera de justificar lo injustificable) es el amor. El amor hacia la figura sensual y curvilínea del dólar (o de cualquier otra moneda), hacia el más absoluto poder.
Parece mentira que estando la Justicia tan presente en la vida de todo Ser Humano prácticamente desde que nacemos, a día de hoy, se ejerza algo tan escalofriantemente distinto, eso sí, bajo el mismo nombre. En lugar de mantenerse el espíritu de la madre que devuelve el granjero de Playmobil a su hijo mayor o del padre que castiga a su hija sin postre por haber pegado a una niña, en los grandes Tribunales, por lo general, perdura la esencia del interés (en el sentido más deplorable de la palabra). Si hay que ser ruin, seamos ruines (o si no, pregúntenle a Baltasar Garzón). Si hay que vender la Ley, aprovecha y llévate la oferta 2×1: Ley+moralidad ahora por la mitad de precio. Y así la independencia se ríe de nosotros (o nosotros de ella, no lo tengo muy claro).
Creo que estas mismas características se pueden aplicar a todos los ámbitos en que opera la Justicia (local, autonómico, estatal e internacional). Aunque el último de ellos, he de reconocer que se escapa un poco a mi detector de irregularidades y caraduras.
La Justicia Internacional (en relación al ámbito penal), fielmente representada por la Corte Penal Internacional de La Haya, persigue y juzga a las personas acusadas de cometer crímenes de lesa Humanidad (véase el caso yugoslavo, serbio o el de Ruanda). Para mí, a mayores, la Justicia Internacional es la prueba candente del fracaso y la decadencia en que están sumidos los Tribunales Estatales. Si la Justicia en cada Estado estuviera alejada de intereses políticos, económicos, ideológicos o similares y fuera realmente un poder independiente como así lo ordenan documentos oficiales de gran peso y nuestro maldito sentido común, no sería necesaria una Justicia Internacional. (Recordemos que todo lo crea y lo destruye el Hombre).
Pero claro, existiendo en muchos países una Justicia-remolque (lenta, pesada, que no se mueve si no tiras de ella… excepto cuando interesa) subordinada a leyes-violadoras de todos los derechos inviolables (como las Leyes de Punto Final que casi consiguen dejar libre de toda atrocidad cometida al líder argentino Jorge Rafael Videla) que además castiga a aquel que intenta ir más allá empujado por una moralidad que actualmente brilla por su ausencia en los Tribunales … ¿Cómo no van a hacer falta unos órganos superiores que velen por la estabilidad internacional? O mejor dicho, ¿cómo no va a parecer que hacen falta? Y digo parecer porque, volviendo a lo que he expuesto antes, si cada uno cuidásemos nuestro poder judicial (o mejor dicho, si éste fuera digno de cuidar), Mamá Justicia descansaría tranquilamente frente al televisor de su casa, sin tantos sobresaltos, sin tantos disgustos.
Aún así hay países como Estados Unidos que NO reconocen la Corte Penal Internacional de La Haya. ¿Tendrá algo que ver Irak? Nadie lo sabe ni lo sospecha. No reconocer este órgano judicial implica, en este caso, que los ciudadanos estadounidenses acusados de haber llevado a cabo algún crimen contra la Humanidad no puedan ser juzgados y condenados por la Corte Penal Internacional. La repanocha ya. ¿Desde cuándo algo así puede ser opcional? Es muy bonita la Democracia y las manos levantadas para elegir lo que consideramos mejor en pos del beneficio común (aunque ya sabemos que esta última frase se traduce en “lo que consideramos mejor en pos de nuestros intereses personales. ¡El resto que se escuerne!”). Pero hay ciertas cosas, especialmente cuando sus efectos tienen consecuencias devastadoras a nivel internacional, que no deberían tener esa puerta de atrás, esa escapatoria ruin y de cobardes que tiene el cartelito de “no, yo no firmo” o “no, yo me opongo”.
Para ir poniendo punto y final a esta reflexión, me gustaría remarcar que la Corte Penal Internacional juzga única y exclusivamente “crímenes de lesa Humanidad” y por lo que tengo entendido están perfectamente definidos, con unas directrices muy claras que no admiten desviación alguna. Pero, ¿qué Tribunal Internacional juzga la corrupción que desborda a muchísimos países? ¿Quién condena los abusos de ciertos líderes políticos cuando son éstos quienes acaparan todos los poderes habidos y por haber en el Estado? No somos libres, el poder judicial no es libre. Basta ya de engañarnos y de intentar engañar.
Se juega con la Justicia y se juega con los Derechos. Esa es la realidad. Los ciudadanos necesitamos a alguien o a algo capaz de conseguir que personas como yo (recelosas y hastiadas) volvamos a confiar en un sistema judicial carcomido desde hace ya tiempo por las termitas. Necesito que me hagan creer que el famoso Karma no reparte más justicia que el Tercer Poder porque entonces estoy perdida. Estamos perdidos.
Nada me gustaría más que tragarme mis propias palabras, créanme. Ojalá alguien me obligue a hacerlo algún día.